EL SINDROME DE HERMOGENES Y EL DRAMA MEDICO: 20 AÑOS DE VIGENCIA

"Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre" (memorias del emperador Adriano)

Mario Mendoza Orozco, profesor de Medicina en Colombia, publicó hace más de 20 años un artículo acerca de la medicina y los problemas que se venían venir con respecto a la atención médica y el trato de la sociedad a los médicos y viceversa.  Yo era un estudiante de medicina inquieto por aprender más, y al leer las siguientes líneas despertó en mí la necesidad de abrigar la esperanza de mejorar este sistema podrido desde sus raíces. Aquí las ideas principales:


El síndrome de Hermógenes es "cualquier clase de padecimiento del paciente que sea ocasionado por una actitud deshumanizada del médico o del sistema de salud ante la enfermedad y el sufrimiento humanos", en referencia a la expresión del emperador Adriano al iniciar el relato de la enfermedad que al final lo llevaría a la muerte (una "hidropesía del corazón") y su relación con Hermógenes, su médico de cabecera; expresión ésta que refleja la percepción del poderoso emperador de su vivencia como un paciente que sufre y que se entrega al cuidado de un médico, según el relato de la escritora Marguerite Yourcenar.

Antes de proseguir es necesario que meditemos en el hecho de que los ingresos económicos del médico en ejercicio se derivan, en su mayor parte, de la atención de los pacientes, a menos que no se dedique con exclusividad a la práctica de la profesión, o perciba otras rentas o ingresos; de tal manera que para subsistir y mantenerse plenamente activo, es necesario que sus servicios sean remunerados, sea por el paciente o por la institución o empresa responsable del mismo.

El ejercicio profesional del médico es una causa bien reconocida de estrés y desgaste no sólo físico sino también psíquico, pues la enfermedad no conoce de horas de descanso, de horarios nocturnos ni de días feriados. Por otro lado, la sociedad rara vez percibe los éxitos cotidianos que sobre situaciones realmente difíciles logran con esfuerzo, constancia e ingenio la mayoría de los buenos médicos, pero casi siempre destaca y a menudo castiga sin atenuantes, los errores humanos de los que nadie, por diligente que sea o capacitado que esté puede escapar, pues sólo no se equivoca quien no actúa, y no actuar, ya es una equivocación.

Un oficio con estas características y que además se encuentra en permanente evolución, en el cual no existen verdades inmutables sino hipótesis dinámicas y cambiantes; un oficio que exige no sólo el tener la capacidad de aprender nuevos conceptos, sino la de olvidar viejos paradigmas; un oficio en cual nunca se deja de ser un estudiante; en fin, un oficio con un costo psíquico-físico y económico tan alto, no puede ser remunerado de manera exigua o tardía, pues entonces el profesional, para protegerse y para proteger a su familia, tendría que distraerse de su objetivo primordial -la medicina- para buscar alternativas de subsistencia más rentables y menos agobiantes.

Dichas alternativas podrían ser:
  1. Dedicarse a una actividad comercial diferente a la medicina;
  2. Emplearse como asalariado simultáneamente en varios sitios, cumpliendo apretadamente con sus obligaciones institucionales y su ejercicio profesional independiente. Esta opción cada vez es menos probable, ya que en la actualidad la mayoría de los nuevos empleos ofrecidos a los médicos son con base en contratos a término fijo, sin estabilidad laboral, derechos ni prestaciones sociales de ninguna clase. Muchas veces, para poder acceder a una limosna institucional de este tipo, el médico tiene que contar con una o varias "recomendaciones", siendo los méritos de su hoja de vida un aspecto secundario;
  3. Aumentar el número de pacientes atendidos a expensas del tiempo dedicado a cada uno de ellos, para poder compensar con un "alto volumen de consultas" los bajos honorarios percibidos por cada una de ellas.
Cualquiera de estas opciones traería como consecuencia un desmedro en la calidad de su práctica profesional y un descuido en su educación continua, que como ya vimos resulta imprescindible para mantenerse activo en la práctica de la medicina. Aún si en apariencia los pacientes se sintieran bien atendidos, el deterioro en la formación profesional ocasionado por este cambio de actitud, aunque comprensible, ya podría considerarse como una falta ética, inducida por circunstancias externas.

Si la sociedad o el estado no comprenden esto y si no asumen su responsabilidad de defender la dignidad y la excelencia de la profesión, se arriesgan a perder a sus médicos y a reemplazarlos por técnicos en medicina, uniformemente deshumanizados y mediocres, con un barniz superficial de competencia. O sea, por unas caricaturas del verdadero médico, por entes impersonales y fríos cuya principal virtud sería la de constituirse en una mano de obra barata. La prevalencia del síndrome de Hermógenes comenzaría entonces a incrementarse de manera significativa.

Pero si de un momento a otro este nuevo estado del arte reclamara de nosotros, médicos de vocación y oficio, conocimientos, conducta y pensamiento de comerciantes, administradores o economistas, entonces se nos estaría solicitando que descuidáramos nuestra vocación, y si una mayoría importante de médicos aceptaran realizar su práctica en estas condiciones, entonces ya estaríamos aproximándonos a la inauguración del caos, y comenzarían a presentarse los primeros brotes epidémicos del síndrome de Hermógenes, con sus secuelas de mediocridad productiva, atención despersonalizada y prepotencia de las instancias administrativas, con ejecutorias arbitrarias en desmedro de la dignidad del médico y el bienestar de los enfermos. El nuevo sistema estaría favoreciendo la difusión del modelo de la medicina como negocio y estaría propiciando en algunos casos (desafortunadamente muy habituales) la comercialización con el dolor del paciente y la necesidad de subsistencia del médico en beneficio de un intermediario cuya ética sería la ganancia de su negocio, y estaría además utilizando al médico con peligrosa frecuencia como un escudo contra las críticas a un sistema de salud ineficiente y politizado, que finge atender a un número cada vez mayor de usuarios, pero sin preocuparse en absoluto de optimizar la calidad de los servicios prometidos.

¿Pero por qué los médicos no protestaron desde un principio? ¿Dónde estaban cuando se aprobaron estos cambios en el sistema de salud que ahora impugnan? La respuesta es sencilla: los médicos estábamos atendiendo pacientes, estudiando medicina, enseñando a nuestros alumnos, en fin, los médicos ejercíamos la medicina, que es lo que naturalmente espera la sociedad que hagamos. Los legisladores, que deben responder porque no se cometan injusticias y no se deteriore la calidad de la atención en la salud, eran quienes realizaban los cambios, son los responsables de los errores cometidos y son quienes deben subsanarlos. Es a ellos a quienes debemos reclamar nosotros como individuos y como gremio, y a quienes debe reclamar la sociedad, si siente vulnerado su derecho a la salud en la medida en que ve cómo se degrada la calidad del acto médico. Los médicos no tenemos la culpa del deterioro de nuestras condiciones de trabajo y también somos víctimas del sistema: únicamente podemos denunciar sus vicios y a fe que lo hemos venido haciendo, con el convencimiento de que "sólo debemos consagrarnos a causas que la derrota dejaría intactas". Si esta lucha la perdemos los médicos, la perderá la sociedad y la ganarán unos comerciantes. Lo único que no vamos a perder quienes ya tenemos forjada nuestra estructura mental de médicos es nuestra claridad mental, y aún derrotados, ese será nuestro fulgor más íntimo y nuestra más preciosa recompensa, ya que también habremos comprendido que "la lucidez es el botín del derrotado".

Al llegar a este punto surge entonces, en la pluma o en la boca de alguno de los defensores o propiciadores del caos, un discurso pletórico de nobleza, altruismo y filantropía, un argumento prioritario e incontrovertible ante el cual los médicos tendríamos que renunciar a nuestras quejas y resignarnos a padecer cualquier injusticia, que consiste en la afirmación de que el sistema ha sido concebido con la idea de obtener una cobertura social amplia para las clases más pobres y necesitadas, y se recurre términos como universalidad, eficiencia, eficacia, etcétera, etcétera, contra los cuales nadie que sea medianamente inteligente puede denostar, pero que a fuerza de repetirse tan sólo en el papel o en el discurso de los burócratas y los políticos y de no plasmarse en cambios positivos para la triste miseria de nuestra realidad cotidiana, terminan por convertirse en un lenguaje hueco, estereotipado y sin sentido, pero peligroso, en la medida en que no pocas veces con este lenguaje se pretende señalar al médico como al responsable de los males de la salud y sólo porque quiere que su trabajo sea remunerado con justicia, amén de que él sería el primer interesado en que el sistema de salud fuera justo, equitativo, universal, eficiente y eficaz, ya que así su entorno laboral sería más amable.

Pues bien, de estas rudas paradojas se nutre el sórdido escenario del sistema de salud actual. Quizás la única culpa que tengamos los médicos en este desbarajuste, es la de no haber sabido valorar, desde siempre, nuestros actos como profesionales. Han fallado en este aspecto de nuestra formación las escuelas de medicina. Se ha permitido la utilización de los conceptos de caridad y sensibilidad social para con las clases y las personas menos favorecidas, que son nociones inherentes al pensamiento del médico, para extender su aplicación a personas o instituciones pudientes y con frecuencia prepotentes, ante las cuales, por virtud de una amañada interpretación de dichos conceptos, nuestro trabajo no tiene el suficiente mérito para ser bien retribuido, y se considera poco ético exigir justicia en la remuneración del mismo, pues tradicionalmente ha sido un acto "de caridad". Sin dejar de ser humanitarios o caritativos, tenemos que dejar de ser tontos e ingenuos: hemos sido y estamos siendo manipulados en nuestra buena fe por personas e instituciones oportunistas.

Tal vez, se requiera una nueva generación de médicos noi pusilánimes, que consideren que este sistema no puede seguir y protesten de forma pacìfica pero constante a las autoridades con proyectos e ideas, como dice el artìculo, no hacer nada al respecto, ya es una negligencia social.

Comentarios

  1. Coincido con su idea de una mejor retribución el médico, en particular al médico peruano, y considerar que esto se viene forjando desde nuestra formación de pregrado, apañando al sistema ineficiente mediante la mezcla de roles, es decir, el ejemplo del médico interno-camillero-laboratorista- radiólogo-secretario del SIS (ahora AUS) y etc. que sin derecho a poder reclamar se tiene que aguantar cumplir con los roles de otro personal al que claramente recibe un sueldo por ello... y le calmamos diciendo: "eres médico, eres capaz de eso y mucho más"... pero no percibimos que solo hacemos permanente esta situación sin dar pie a que realmente se busque una solución... lo único claro es que el paciente siempre seguirá reclamando una mejor atención así no traiga ni un sol en el bolsillo... y solo la frase: usted es el doctor... y otra vez brote en nosotros el sentimiento del deber moral...

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  2. Saludos:
    Efectivamente el caos que existe en el ministerio de salud producto de la falta de liderazgo y de principio de autoridad, con la cultura del que "como vas a sancionarlo, si es buena gente" se apaña mucha mediocridad e ineficiencia, y sobretodo poca actitud de cambio y de mejora, por eso necesitamos mas personas motivadas que no tengan miedo al cambio y deseen involucrarse por mejorar su propia vida, mientras tengamos personas sin vida, que solo mantienen sus funciones vitales y su sueldo de nombrado, seguiremos asi...

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